Las brujas y el inquisidor by María Elvira Roca Barea

Las brujas y el inquisidor by María Elvira Roca Barea

autor:María Elvira Roca Barea [Roca Barea, María Elvira]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-22T00:00:00+00:00


XVII

Donde Baltasar y Alarcón viajan de Zugarramurdi a Saint-Pée, no sin grandes fatigas, y terminan por visitar inesperadamente a don Tristán de Urtubi.

El último día en Zugarramurdi, Baltasar y Alarcón lo pasaron por los caseríos en torno al lugar. Antes de dejar la posada, Baltasar había pactado con la viuda un envío de vino desde Logroño a un precio que a Alarcón le pareció escandalosamente barato.

—Pero ¿quién te crees tú que va a pagar la diferencia?

—Dios proveerá —contestó Baltasar con un suspiro.

El fraile estuvo protestando un rato, pero Baltasar no le hizo caso. Tenía otras cosas en la cabeza y la primera era mejorar su apariencia de comerciantes. Llevaban ya bastantes días dando vueltas y del vino se habían ocupado poco. La venta de aquellas arrobas en la posada de la viuda acallaría cualquier sospecha.

El jesuita quería acercarse al molino del suegro de María de Jureteguía otra vez. Había un hecho en el que habían coincidido las declaraciones de varios brujos y brujas en relación con aquel molino. Una noche de gran aquelarre las brujas de Zugarramurdi no solo habían volado por los tejados y adorado al demonio, su señor, sino que después habían destrozado varios huertos y también el molino, cuyas piedras, al parecer, habían acabado encima del techo. Baltasar y Alarcón ya habían pasado por allí y habían comprobado que el molino funcionaba perfectamente y que las piedras de moler estaban en su sitio.

—Pueden haberlo arreglado después —señaló Alarcón.

Esto era verdad, pero si había habido destrozos, si las piedras habían terminado encima del tejado, esto era algo que los vecinos recordarían, porque un molino es un sitio al que va mucha gente. El razonamiento de don Alonso era que hecho tan evidente no podía pasar desapercibido. Baltasar había llevado las conversaciones una y otra vez hacia el molino, pero nadie había dicho que hubiera sufrido destrozos. Con la viuda había comentado como de pasada su admiración por la belleza del paisaje, por las vaquerías que podían verse desde el camino, por los huertos de manzanos y por el molino, que le había parecido muy nuevo. La viuda se mostró muy orgullosa de su pueblo y dijo que el molino funcionaba muy bien, pero que nuevo no era, que ya llevaba allí muchos años. De ello coligió Baltasar que no había habido ni obras ni arreglos de ninguna clase en aquella construcción. A esto había que añadir que no era creíble en modo alguno que las piedras de moler hubieran estado alguna vez en los tejados, entre otros motivos porque estos no hubieran podido soportar el peso.

Las declaraciones de brujos y testigos podían coincidir, pero sus comprobaciones sobre el terreno no avalaban lo que en ellas se decía. Esto ya lo suponía don Alonso, cuyo principal problema en el tribunal era precisamente estas coincidencias asombrosas que habían dado al traste con el escepticismo inicial y con la idea de que las hazañas de las brujas habían ocurrido «como entre sueños».

Cerca del molino Baltasar encontró a un par de críos de unos diez años que cuidaban de una docena de ovejas.



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